13 de noviembre de 2012

Cuento #1 LA HUIDA







Mauricio, levántate es hora de huir. El guardia de turno está resacado, la cruda le ha pegado muy fuerte; parece ser que las fiestas de afuera han sido difíciles de dominar, pues caen rendidos luego de tanto lidiar con las mismas. Me gustaría estar como antes estaba, libre. Deseo Mauricio tener nuevamente esa  libertad que antes poseía, pero bien sabes que eso para nosotros es imposible porque hemos cometido un delito. Hemos hurtado el alimento de otro ser humano, producto de nuestro egoísmo. Hemos pensado en satisfacer nuestra carencia de pan, pero a costillas del sudor y el alimento de otra familia. Soy culpable, Mauricio, pero cuantas circunstancias me empujaron a hacerlo, cuantas circunstancias…

-Rolando, deja ya de lamentarte tanto, hemos hecho lo que creíamos era lo apropiado en el momento, no teníamos oportunidades, y nos estábamos muriendo de hambre; nuestros hijos se morían. Como progenitores que somos tú y yo, por nosotros no hubiésemos cometido tal error, pero por las criaturas cualquier padre desesperado comete errores graves, Rolando; se nos ha negado el comer, se nos ha negado la salud, se nos ha negado todo;  y debemos cuidarnos mucho, Rolando, porque nos pueden negar hasta el seguir vivos.

-Estoy tan arrepentido Mauricio de lo que hice, estoy tan arrepentido,

-Hombre, tu solo robaste pañales desechables y leche; hay quienes roban encorbatados, hay quienes roban cifras que nunca has imaginado tener en tu miserable bolsillito y  tienen la conciencia y el corazoncito muy  tranquilito. No te preocupes, ya estamos aquí dentro,  pero vamos a salir de aquí pronto; seremos nuevamente libres. Vamos rolando,  vamos a llevar a cabo nuestra huida y paremos de hablar tanto.

Abrieron las puertas de sus celdas silenciosamente. No se escuchaba en esa prisión ni siquiera el roer de las ratas; todo estaba en silencio. El guardia de turno estaba dormido. Se asomaron y observaron el pasillo que conducía al patio y cancha de recreo de los internos. Una llave maestra, provista por un primo de rolando, el cual era herrero, fue deslizada por el ojo de la cerradura. Gran alegría sintieron al escuchar el crap de la cerradura al abrirse. Salieron caminando despacio y cautelosos ya que no deseaban ser detectados por las  luces proyectadas por el panóptico. Su miedo era tan inquietante que a la cuenta de tres corrieron y corrieron  de los focos, de las luces;  las cuales lograron, en un segundo, posarse en sus asustados rostros.

-Mauricio estamos muertos, ya nos vieron.

-No te preocupes y sigue corriendo.

            En la torre de vigilancia, el mayor contemplaba y se deleitaba en el poder que poseía respecto a las almas de estos dos miserables seres de la tierra. En tono arrogante e incisivo exclamó:

-Déjenlos que crucen las paredes, al cruzarlas, poseeremos el derecho de exterminarlos; odio tanto a los ladrones, me caen mal. Dos ladrones eliminados serán de mucho  beneficio para nuestra sociedad.

-Rolando, Rolando están tras nosotros. Rolando, Rolando, Rolandoooo Pifffffff, Pifffffff,  Pifffffffff.

Cayó Mauricio al suelo inmediatamente desangrado; y junto con su sangre desvanecida, se desvanecían sus sueños de ver a su esposa Miguela, y a  jochito, Neno y Pepe, sus tres hijos, a los cuales dejaba ya huérfanos.

-Está vivo, tírale, tírale otro. Asegúrate de exterminar a esta cizaña de la sociedad.

Mientras tanto, Rolando corría y corría y corría. Llegó a un cañaveral verde y extenso el cual creyó era un lugar propicio para él esconderse de las almas que procuraban matar la de él.

-En donde tu ta, en donde tu ta; no te apure que cuando yo te agarre te vas a joder, te vas a joder ladronazo.

-Dios mío, que no me maten, que no me maten te lo suplico; me entregaré. Señor, no permitas que me maten; quiero vivir. Debí quedarme  encarcelado, pues ahora estoy en riesgo de perder mi vida. No quiero perder la vida, no quiero dejar a Zoila sola.

Estoy aquí, estoy aquí y me entregaré; pero, por favor, no me maten; no me maten, por favor.

-Teniente haga lo que tiene que hacer.- dijo el mayor.

Pifffffff, Pifffffffff, Pifffffffffff. Tres disparos se escucharon en el cañaveral de Don Rodríguez; el cual estaba cerca del lugar.  El rico hacendado solamente  se limitó a exclamar: -Otra vez están los cazadores dentro de mi cañaveral matando pajaritos. 

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