Mauricio, levántate
es hora de huir. El guardia de turno está resacado, la cruda le ha pegado muy
fuerte; parece ser que las fiestas de afuera han sido difíciles de dominar,
pues caen rendidos luego de tanto lidiar con las mismas. Me gustaría estar como
antes estaba, libre. Deseo Mauricio tener nuevamente esa libertad que antes poseía, pero bien sabes
que eso para nosotros es imposible porque hemos cometido un delito. Hemos
hurtado el alimento de otro ser humano, producto de nuestro egoísmo. Hemos pensado
en satisfacer nuestra carencia de pan, pero a costillas del sudor y el alimento
de otra familia. Soy culpable, Mauricio, pero cuantas circunstancias me
empujaron a hacerlo, cuantas circunstancias…
-Rolando, deja
ya de lamentarte tanto, hemos hecho lo que creíamos era lo apropiado en el
momento, no teníamos oportunidades, y nos estábamos muriendo de hambre; nuestros
hijos se morían. Como progenitores que somos tú y yo, por nosotros no hubiésemos
cometido tal error, pero por las criaturas cualquier padre desesperado comete
errores graves, Rolando; se nos ha negado el comer, se nos ha negado la salud,
se nos ha negado todo; y debemos
cuidarnos mucho, Rolando, porque nos pueden negar hasta el seguir vivos.
-Estoy tan arrepentido
Mauricio de lo que hice, estoy tan arrepentido,
-Hombre, tu
solo robaste pañales desechables y leche; hay quienes roban encorbatados, hay
quienes roban cifras que nunca has imaginado tener en tu miserable bolsillito y
tienen la conciencia y el corazoncito
muy tranquilito. No te preocupes, ya
estamos aquí dentro, pero vamos a salir
de aquí pronto; seremos nuevamente libres. Vamos rolando, vamos a llevar a cabo nuestra huida y paremos
de hablar tanto.
Abrieron las
puertas de sus celdas silenciosamente. No se escuchaba en esa prisión ni
siquiera el roer de las ratas; todo estaba en silencio. El guardia de turno
estaba dormido. Se asomaron y observaron el pasillo que conducía al patio y cancha
de recreo de los internos. Una llave maestra, provista por un primo de rolando,
el cual era herrero, fue deslizada por el ojo de la cerradura. Gran alegría
sintieron al escuchar el crap de la cerradura al abrirse. Salieron caminando
despacio y cautelosos ya que no deseaban ser detectados por las luces proyectadas por el panóptico. Su miedo
era tan inquietante que a la cuenta de tres corrieron y corrieron de los focos, de las luces; las cuales lograron, en un segundo, posarse en
sus asustados rostros.
-Mauricio
estamos muertos, ya nos vieron.
-No te
preocupes y sigue corriendo.
En
la torre de vigilancia, el mayor contemplaba y se deleitaba en el poder que
poseía respecto a las almas de estos dos miserables seres de la tierra. En tono
arrogante e incisivo exclamó:
-Déjenlos que
crucen las paredes, al cruzarlas, poseeremos el derecho de exterminarlos; odio
tanto a los ladrones, me caen mal. Dos ladrones eliminados serán de mucho beneficio para nuestra sociedad.
-Rolando, Rolando
están tras nosotros. Rolando, Rolando, Rolandoooo Pifffffff, Pifffffff, Pifffffffff.
Cayó Mauricio
al suelo inmediatamente desangrado; y junto con su sangre desvanecida, se desvanecían
sus sueños de ver a su esposa Miguela, y a
jochito, Neno y Pepe, sus tres hijos, a los cuales dejaba ya huérfanos.
-Está vivo,
tírale, tírale otro. Asegúrate de exterminar a esta cizaña de la sociedad.
Mientras
tanto, Rolando corría y corría y corría. Llegó a un cañaveral verde y extenso
el cual creyó era un lugar propicio para él esconderse de las almas que
procuraban matar la de él.
-En donde tu
ta, en donde tu ta; no te apure que cuando yo te agarre te vas a joder, te vas
a joder ladronazo.
-Dios mío, que
no me maten, que no me maten te lo suplico; me entregaré. Señor, no permitas que
me maten; quiero vivir. Debí quedarme encarcelado, pues ahora estoy en riesgo de
perder mi vida. No quiero perder la vida, no quiero dejar a Zoila sola.
Estoy aquí, estoy
aquí y me entregaré; pero, por favor, no me maten; no me maten, por favor.
-Teniente haga
lo que tiene que hacer.- dijo el mayor.
Pifffffff, Pifffffffff,
Pifffffffffff. Tres disparos se escucharon en el cañaveral de Don Rodríguez; el
cual estaba cerca del lugar. El rico
hacendado solamente se limitó a
exclamar: -Otra vez están los cazadores dentro de mi cañaveral matando
pajaritos.