Despiertas,
me despiertas,
me revives.
Tus
silencios me reviven,
reviven a
la esencia olvidada,
a aquello
que he olvidado,
que temo,
que amo.
Despiertas
lo mejor de mí,
mis
susurros de rosa al viento,
mis letras
carmesí
o quizás,
como dije, rosa;
me fundes
en cierta estación hermosa
que mi
diario vivir me insta al olvido.
Vive mi yo
en el olvido,
en la casa,
en el patio, en la lavadora,
en el
lavaplatos.
Vive mi yo deleitado
en la tiza,
trazándole trazos
a la ya trazada pizarra.
Vive mi yo
en caligrafías.
Esa es la
vida de mi yo.
Lo que he
elegido.
Lo que
siempre he sido.
Me
despiertas, pero no despierto,
solo me
filtro unos segundos por un agujero,
por un
agujero de hilos de letras,
por un
agujero de un canal
donde fluye
un mensaje,
despiertas,
despiertas a mi letra.
Quizás mi
yo que se infiltra es simplemente letras,
lo demás es
solo carne pasajera.
Otro cuerpo
más en el mundo.
Bien es
cierto que me despiertas,
detienes el
letargo de la rutina en mí
y me
permites fundirme un poquito
en la
dulzura de nuestras divinidades.
Lástima o
dicha
que elegí
la simpleza
para no sumirme
en pensamientos
y altísimas
complejidades.
Cuantas
veces mi rutina
siente,
hacia la letra, pereza;
pero es lógico.
Mi yo, mi
yo de letras.